sábado, 12 de noviembre de 2016

¿Quién es el enemigo?

Cada augusto capricho debe ser satisfecho de inmediato, sin protocolos molestos, ni ataduras de cortesía, ni sujeción de los deberes; todas las limitaciones desaparecen ante la voluntad real.
¿Qué piensa el señor sobre aquello?
Justo la misma idea del cortesano.
¿Que no le simpatiza aquél?
Debe desaparecer de la real visión para no incomodar a Su Majestad.
El cortesano se doblega y reduce, acata y se contiene, minuto por minuto del día, sin un suspenso a su subyugación.
Por sobre todo hay que desarrollar la capacidad de resignación: sea cual fuere la arbitrariedad, el injustificado autoritarismo o la improcedente iniquidad, debe ser recibido con una complaciente actitud, con un asentimiento que denote casi una avidez por el castigo.
El cortesano da su última prueba de adhesión cuando el desfavor recae sobre él: entonces debe asumir una actitud de asentimiento que indique: me lo merezco, o quizás ¿cómo no advirtieron antes mi indignidad?

¿Cómo no supieron que no estaba capacitado para tan altos honores y que he sobrevivido sólo por la generosidad de mi Soberano?
El Rey no suele advertir la sumisión que lo rodea, el bosque de árboles quebrados que lo asedia e incomunica, los espinazos genuflexos que lo custodian, condicionan y aprisionan en sus artes: el príncipe se acostumbra y necesita a sus cortesanos tanto como éstos le necesitan a él.
El cortesano se desquita de su postración reduciendo a los demás; de esta manera disminuye al prójimo a su ínfimo nivel y no permite que alguno sobresalga del rasero mediocre.
El cortesano no soporta la dignidad: le huye como el diablo a la cruz, y mucho menos soporta a doctos, letrados y sabios.
¿De cuántos mosquetes dispone el filósofo?
Aquel que conoce su ciencia puede advertir ineficacias y torpezas.
¿Quién más desconfiable para los manejos del poder que el que piensa con su cabeza?.

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